sábado, 25 de julio de 2009

KALLPA

Desde el Huaylarsh (música tradicional del valle del Mantaro) a la cumbia. El grupo Kallpa incluye en su repertorio un amplio abanico de música andina y de otras zonas del Perú y de países como Bolivia, Ecuador o Colombia, con sonidos tan tradicionales como el baile del Santiago. Al ritmo de la quena o el charango, los músicos de Kallpa amenizan las noches del fin de semana en el local 'La Cabaña' en el centro de Huancayo. Además, son amables y dedican canciones a los españoles 'invasores'. Les seguiremos la pista.

martes, 21 de julio de 2009

COMUNICÁNDONOS

Jugando con teléfonos de plástico

Emisor, mensaje, canal, receptor. Los niños de la Asociación Educativa Infantil de Rumichaca, en Pucará, han participado en la primera sesión del Taller de Radio. A través de juegos les hemos explicado los conceptos básicos de la comunicación. Comenzando por algo tan sencillo como exponerles a sus compañeros qué han hecho durante esa mañana han comprendido que para que exista comunicación siempre hay alguien que cuenta algo, el emisor, alguien que lo escucha, el receptor, y algo que contar, el mensaje.
Les hemos explicado la diferencia entre los distintos canales de comunicación como el oral o el escrito. En este segundo caso hemos utilizado la diferencia entre escribir un mensaje en castellano o en quechua y como no todos podemos comprenderlo al desconocer el idioma.
Hemos jugado a las señas para explicarles que existen distintos códigos de comunicación más allá de las palabras. Todos conocían alguna seña que significa algo: el dedo índice sobre la boca indica silencio, el puño cerrado con el pulgar extendido hacia arriba indica algo positivo o aprobado.
Hemos jugado al teléfono roto para explicar las interferencias como los elementos que hacen que el mensaje no llegue con claridad al receptor y para finalizar hemos hecho el sencillo pero siempre divertido teléfono con vasos de yogures. Algunos niños han sido innovadores y han creado toda una red con cinco teléfonos conectados entre sí y, todo hay que decirlo, funcionaba.
Ha sido mi primera experiencia pedagógica con niños, guiado siempre por los ‘profes’ Marco y Jesús, y el resultado es positivo.

jueves, 16 de julio de 2009

PAGAPU (OFRENDA A LA TIERRA)

El layqa Víctor E. Vilcahuaman en plana ceremonia del pagapu

Conforme se va acercando el mediodía, aprovechando que el sol alcanza su cenit, los niños de la escuela de Talhuis, una comunidad del distrito de Pucará a unos 4.000 metros de altitud y a la que se llega serpenteando un camino empinado entre eucaliptos y algún rebaño de ovejas, se van congregando en el ‘estadio’, una anchura entre las montañas lo suficientemente amplia como para crear un campo de fútbol. Este espacio recreativo ha sido el elegido para realizar el ‘pagapu’, la ofrenda a la Pachamama, un acto de renovación que consiste en devolver a la tierra lo que nos da. El objetivo es recrear y revivir una tradición andina prehispánica para que los niños la recuerden. Junto a ellos, sus profesores y algunos padres de la comunidad van a participar en la ceremonia que dirige Víctor E. Vilcahuaman, un sacerdote andino, un ‘layqa’.

Los asistentes al pagapu en la comunidad de Talhuis

El sol acompaña con una buena temperatura y la expectación va creciendo conforme se desarrollan los preparativos. En el lugar elegido, el layqa extiende una manta sobre el suelo. Desata los fardos y va sacando los elementos que conforman la ofrenda. Para transportarlos hasta Talhuis se han utilizado bolsas de plástico o recipientes del mismo material, pero el layqa los retira. “En el pagapu no podemos utilizar este material, el plástico”, explica Víctor, "porque todo debe ser natural". Es entonces cuando dispone de cazoletas de madera, cuencos de barro y pequeños recipientes de estos materiales que se van distribuyendo sobre la manta. En cada uno de ellos va colocando un sinfín de productos hortícolas andinos: papas de diversas variedades (amarillas, moradas, blancas -guairo-, redondeadas, alargadas, retorcidas -camote y camotillo, que son papas dulces-), semillas como la kiwicha, la quinua, la mashua o el pallar, maíz, dulces, habas, flores de altura como la flor de Santiago o 'wamalli' que crece en esta época. Todos los elementos de la ofrenda han de ser autóctonos de la comunidad y cada participante en la ceremonia aporta algo.
También forma parte del pagapu la 'chicha de jora', esa bebida a base de maíz molido y fermentado tan común en los Andes. El layqa deja a los niños la labor de verter el líquido desde la garrafa de plástico a una tinajilla de barro llamada 'porongo' y otros participantes se encargan de repartir entre los asistentes al pagapu la primera ronda de chicha. Todos toman un primer vaso. Comienza el ritual. Junto a la chicha, otros licores como el aguardiente de caña o cañazo macerado en una frasca de vidrio que contiene cuatro serpientes y que ponen un punto exótico a la ceremonia. También se distribuye una ronda de este licor entre los asistentes, pero esta vez sólo a los adultos.

Niños repartiendo chicha

Y otro elemento fundamental en el pagapu es la hoja de coca, la planta sagrada. También queda reservado este uso a los adultos que por turnos, a la vez que van mascando coca, van eligiendo de sus bolsas las mejores hojas para formar el ‘quintu’, es decir, cuatro hojas no dañadas ni dobladas que colocan superpuestas y se cogen con los dedos índice y pulgar. Ritualmente cada uno deposita su ‘quintu’ en un cuenco de madera que pasará a formar parte de las ofrendas que se disponen ya sobre la manta extendida.
El círculo de los asistentes al pagapu permanece atento a los movimientos del layqa que va explicando en castellano los motivos de tan singular ritual: “El pagapu es el pago a la tierra. Es costumbre realizarlo una vez al año como ofrenda y a la vez como petición a la Pachamama. Su misión es pedir buenas cosechas, agua para los campos y bienestar y fecundidad para los ganados”.
En la actualidad el pagapu está más relegado al ámbito familiar y a la intimidad del hogar donde la ceremonia la oficia el patriarca. Muchas familias andinas disponen en un lugar subterráneo de sus casas de un pequeño altar, cerca de la tierra, donde realizan sus ofrendas a la Pachamama. Una de las razones por las que los pagapus han dejado de hacerse en comunidad es la religión cristiana que quiso eliminarlos al tratarse de un ritual pagano.
El pagapu lo realizan algunas comunidades en fechas especiales durante todo el año, por ejemplo, en el mes de febrero cuando siembran sus papas para pedir una buena cosecha, aunque los meses de junio, julio y agosto también son buenas fechas “porque los cerros están sensibles”, explica el layqa. Además, julio es el mes del Santiago, la fiesta de los animales o 'tingachicuy', también una celebración pre-hispánica adaptada al cristianismo en torno a la festividad del apóstol Santiago el 25 de julio.
El silencio y el respeto de los niños, otras veces correteando y gritando por este campo de fútbol, acompañan las explicaciones de Víctor. A lo lejos, el rebuzno de un burro en los cerros parece ser el único elemento que distorsiona el ritual.
Otros elementos fundamentales en el pagapu son las ‘illas’. ¿Qué son? Ni más ni menos que piedras con formas de animales como el cui, la oveja, la llama, la vaca, la gallina. Animales domésticos de la vida andina. Estas piedras se encuentran el los cauces de los ríos o en las laderas de los cerros. Según la cultura andina, una 'illa' sólo se encuentra por un golpe de suerte o por la fe que tiene el campesino. El layqa dispone de varias de ellas para el pagapu y su similitud con los animales a los que representan es asombrosa. “Una 'illa' es, como se diría en castellano, el prototipo, el arquetipo y viene a ser lo mismo que el espíritu del animal al que representa”. Su función en el pagapu es precisamente pedir por la salud o por una buena cría de esos animales domésticos.
Víctor E. Vilcahuaman cuenta a los asistentes una leyenda inca asentada en estas tierras del valle del Mantaro: “Hace mucho tiempo este valle era un mar en el que habitaba un ‘amaru’, una serpiente alada. Con el tiempo, el dios Viracocha creo otro 'amaru' para que el primero no estuviera solo pero ambos terminaron en disputas. La lucha entre los dos provocó el derrumbe de las montañas y el desbordamiento de aquel mar interior formándose entonces el río. El reptar de los 'amarus' por el valle dio lugar a las piedras con formas de animales”. Ese es el origen de las 'illas' que hoy encontramos como parte de este ritual.

Ofrendas para el pagapu

Ataviado con vestimentas tradicionales de los andes, con el ‘kipu’ en la cintura (esa retahíla de cuerdas anudadas de colores que los incas utilizaban para anotar, para registrar los números, los acontecimientos, las cosas que pasaban), con bolsillos de piel de cóndor o de vicuña, el layqa deja de utilizar el castellano y comienza el ritual en quechua. También, anudado a su cintura, lleva un ‘wuaraca’, un cinturón de lana anudado que “me da fuerza espiritual para hablar con los ‘apus’, las divinidades de la tierra como los cerros, los ríos, las lagunas, los valles, las colinas”, explica.
Dos elementos más conforman el ambiente del pagapu: el fuego y el sonido. Junto a las ofrendas extendidas sobre la manta en el suelo, el layqa enciende un pequeño fuego con madera de ‘palo santo’, un árbol amazónico. Y el sonido lo produce con la ‘tinya’, una especie de tambor andino elaborado con piel de oveja “aunque en la antigüedad se hacía con piel de perro”. Algunos dicen que también los incas llegaron a hacerlos con la piel de los españoles.
Entre el humo oloroso de la fogata y el sonido de la 'tinya', acompañado por las frases en quechua, el layqa realiza la ofrenda a los ‘apus’, a la Pachamama y al Sol, el 'inti' que adoraban los incas. Tras unos minutos de invocación y conjuro, casi de abstracción, Víctor vuelve a hablarnos en castellano: “Ahora vamos a depositar todos las ofrendas en la tierra”. Es la parte siguiente del pagapu, devolver a la tierra lo que la tierra nos ha dado.

Frasca con aguardiente de caña
A apenas unos metros del lugar donde se ha celebrado la ceremonia, el layqa elige una oquedad en la tierra. Allí, siguiendo el antiguo ritual y de nuevo con frases en quechua, Víctor va depositando las papas, las semillas, el maíz, los garbanzos, las habas, los dulces, las flores, la chica, el aguardiente de caña, las flores de altura y todas los ofrendas que cada participante ha aportado al pagapu. Vuelve a la tierra lo que de la tierra salió. La Pachamama está agradecida, el ritual se ha cumplido y la 'tinya' suena alegre mientras los participantes entonan canciones en quechua. Después del pagapu llega la fiesta.

El layqa deposita las ofrendas en la tierra

domingo, 12 de julio de 2009

BATALLA DE MARCAVALLE Y PUCARÁ

Al final llegó el día de la representación de la batalla de Marcavalle y Pucará, aquella que libró el Mariscal Cáceres y los habitantes de estas comunidades contra los chilenos el 9 de julio de 1882. Por quinto año consecutivo, más de 2.500 actores, todos de la zona, dieron vida a aquel acontecimiento historico para la sierra central del Perú.

Momento final de la representación con los chilenos muertos en el campo de batalla

Más de 30.000 personas asistieron a la representación

Con algunos actores en los escenarios de la batalla


Tras la representación, comimos con las monjas Ursulinas de Pucará. Compartimos mesa con los miembros de un grupo de música andina. El mismo grupo que, curiosamente, habíamos visto actuar la noche anterior en La Cabaña, en Huancayo.

Música andina en los postres

jueves, 9 de julio de 2009

PUCARÁ. DESFILE 9 DE JULIO

Vistas desde el miravalle de Pucará

Como cada 9 de julio, las comunidades del distrito de Pucará han participado en el desfile y en la fiesta de aniversario de la batalla de Marcavalle y Pucará. Niños de las escuelas, asociaciones de mujeres, grupos de amigos, autoridades del distrito y de la provincia de Huancayo han lucido sus mejores galas en la fiesta. Alrededor del desfile, como siempre, el refrigerio. Muchos helados, papas asadas, chicha, chaufa, caldos de pollo y un asado de cerdo con el que los organizadores nos han invitado.

Desfile de uno de los colegios del distrito


Niñas con uniforme tras el desfile


Miradas de niños


Mujer andina con un puesto de venta junto al recorrido del desfile

miércoles, 8 de julio de 2009

PUCARÁ. PREPARANDO LA FIESTA


Pucará se prepara para las fiestas patrias del Perú y lo hace pintando las puertas y fachadas de sus casas y colocando la bandera del país en los balcones. Estos días es común encontrar a las familias atareadas en este ajetreo preparatorio que coincide, además, con la celebración el 9 de julio del aniversario de la batalla de Marcavalle. Pero vayamos por partes.
Pucará es un distrito cercano a Huancayo, perteneciente a esta provincia y distante de esta ciudad unos 25 kilómetros. Aquí es donde se desarrolla el proyecto ‘Comunidades andinas educativas’ que desarrolla Prodei y en el que participo.
Desde hace varios años los vecinos o comuneros de Pucará y de todo el valle del Mantaro, organizan la recreación de una batalla que tuvo lugar el 9 de julio de 1882 y que enfrentó a las tropas peruanas, capitaneadas por el Mariscal Andrés Avelino Cáceres, contra el ejercito chileno. La victoria conseguida por Cáceres en estas tierras de Marcavalle y Pucará consiguió expulsar a las tropas chilenas de la sierra central del Perú.
Para recordar aquel acontecimiento histórico, todo el valle anda estos días atareado en la preparación de ese espectáculo que, en ediciones anteriores ha congregado a más de 30.000 personas, y que este año se representa en la mañana del domingo 12 de julio.
De momento, los niños de una de las dos escuelas de Pucará ensayan el desfile que tiene lugar el mismo día 9, fecha de la batalla. Entre los que forman la banda y los que desfilan, cerca de cien niños y niñas preparan esa marcha. Es una tradición también bañarse todos en el río la tarde de antes para estar limpitos el día de la fiesta.

Niños de Pucará ensayando el desfile del 9 de julio

Y todo esto previo también a la fiesta nacional del Perú que tiene lugar el 28 de julio. Como hemos dicho es costumbre pintar, de cara a esa fecha, las fachadas y las puertas de las casas. Se hace sólo una vez al año y durante estos días se ve esa actividad en las calles y van apareciendo en los balcones las banderas rojas y blancas del Perú. En muchos casos son niños los que se afanan en esas tareas, pero vemos por las calles de Pucará a personas de todas las edades con brocha y rodillo encalando paredes, raspando pinturas viejas, cavando la hierba de la puerta de casa o pintando las puertas de colores muy vivos como el azul o el verde. La fiesta nacional es un buen motivo para que todo parezca nuevo y para darle un aire de salubridad a las casas y a las calles.

Niños jugando

Completa la escena una familia que lava su ropa en una fuente. La madre carga con la niñita pequeña cogida con el aguayo, esa prenda típica de la cultura andina que igual sirve para llevar al bebé que para portar las hortalizas de las chacras. A su alrededor, otros miembros de la familia ayudan en la tarea, juegan o simplemente observan, como hacemos nosotros.

Familia lavando su ropa en una fuente en Pucará

domingo, 5 de julio de 2009

HUANCAYO. FERIA DE ARTESANIA

Los primeros pasos en la ciudad incontrastable de Huancayo, a 3.200 metros de altitud, en la cordillera de los Andes Centrales peruanos, nos han llevado a la feria de artesanía que cada domingo se instala en sus calles. Es la más importante de la provincia y a ella acuden, desde primera hora de la mañana, los campesinos y artesanos de las comunidades cercanas. A lo largo de varias calles instalan sus puestos que se desparraman por un laberinto de colores y aromas. Sin dejar de ser un mercadillo al uso, parecidos a los rastrillos que conocemos en España y con regusto a las medinas árabes, en sus puestos podemos encontrar de todo, desde los tradicionales mates burilados, característicos de esta zona, hasta un traje de neopreno.
Sorteando el tráfico imposible de las calles, esquivando baches y superando los badenes de entrada a los cruces, rebuscando los semáforos entre el paisaje callejero, llegamos a la zona de la feria. Por cierto, no lo he dicho, el equipo lo formamos una peruana, Katia, un colombiano, Marco, una niñita colombo-peruana, Mikaela, la hija de ambos, una holandesa, Jolinda y un español de Cuenca. Vamos, que parecemos una representación de la ONU.
El paseo comienza en la zona de artesanía y nos detenemos en los puestos más coloristas. Los trajes típicos de Perú destacan por su colorido y sobre todo nos llama la atención el fustán, la falda o pollera de las mujeres andinas de esta región. Lucen bordados muy elaborados y de llamativos colores, con cenefas y motivos florales. Se elaboran a mano en las comunidades de campesinos y el trabajo puede prolongarse más de una semana dando puntadas de sol a sol. Su precio ronda los 1.200 soles (unos 300 €). Esas faldas las lucen en las fiestas típicas como las de Santiago que ya comienzan a celebrarse estos días.
Siguen los colores en los puestos de ropa con los chullos, las medias, las chompas (¿se acuerdan del jersey de Evo Morales? Pues eso), los aguayos con los que las mujeres llevan a sus bebés a la espalda y un sinfín de prendas más. A esto sumamos los luminosos tapices con paisajes típicos de los Andes que ofrecen estampas de casitas entre las montañas o de lugares tan populares como Machu Pichu.
Y de fondo, los olores de la comida peruana. Porque aquí se come, sí. En todos sitios y a todas horas hay alguien vendiendo comida. Y gente comiendo, claro. Platos de cebiche al pie de una camioneta, papas de mil sabores, colores y texturas diferentes, y el refrigerio por excelencia, la chicha morada. Me gustó, por cierto.

Puesto de venta de fustán en la feria de artesania de Huancayo.

sábado, 4 de julio de 2009

LIMA, LA CIUDAD DE LOS REYES

Lima, plaza Mayor

Pizarro fundó esta ciudad en el mes de enero de 1535 junto al río Rimac y la llamó Ciudad de los Reyes, por la cercanía de esta festividad del calendario cristiano. Si los Reyes Magos traen regalos a los niños, uno que no ha dejado de serlo, acaba de recibir el suyo.

jueves, 2 de julio de 2009

EN LA CARA

Cordillera de los Andes desde el avión

La asistenta de esta casa también es peruana, como las de España. Aquí es más lógico porque estamos en Lima. Lima, la Ciudad de los Reyes que fundó Pizarro en tiempo de los conquistadores. Lima, la ciudad más triste del mundo, sumergida en una neblina húmeda que oculta el sol y que en estos primeros días de invierno austral hace que los 19 grados que marcaba el termómetro cuando llegamos al aeropuerto del Callao nos hicieran ponernos manga larga.

El viaje comenzó con prisas en la T4 del aeropuerto de Barajas, con carreras por pasillos interminables, colándonos en las filas de los controles, soportando miradas rancias y preguntas del tipo: ¿De qué país sois? Somos de aquí, de España, decimos. Pues podíais dar ejemplo. La señora que nos interrogó de esa forma no entendía nuestras prisas ni que faltaran 10 minutos para el despegue de nuestro vuelo y nosotros estuviéramos aún a 22 minutos de llegar a la terminal, al menos eso indicaba el cartel. Lo cierto es que conseguimos hacer esos 22 minutos en sólo siete. Bueno, a lo mejor fueron ocho, pero llegamos al embarque. Los últimos, pero llegamos.

El viaje fue bastante cómodo con apenas un par de tramos de turbulencias que a mí se me antojaron eternos, pero apenas dos horas molestas de las doce que duró la travesía, hacen un balance del viaje muy agradable. Me impresionó sobre todo sobrevolar la amazonía. Kilómetros y kilómetros de árboles y de ríos que se retuercen como culebras entre sus meandros. Impresiona. Como lo hizo también atravesar la cordillera de los Andes. ¡Las montañas estaban tan cerca! Fue mi primer contacto con esa sierra que conoceré dentro de unas horas. Acostumbrado a ver cerritos redondeados de tonos ocres o montañas cubiertas de pinares, las altas cumbres andinas, de escarpadas aristas, de profundos barrancos, de tierras oscuras, dejaron en mí una primera sensación de grandeza. Claro, esto es lo que tiene ver las cosas desde un avión. Tiempo tendré en los próximos meses de descubrir esas montañas, pero ya desde el suelo, lo que me acercará a los detalles que no se ven desde lo alto, a sus colores, a sus olores, a sus sonidos… Serán las sensaciones que me den en la cara.

Las primeras impresiones con sabor peruano llegaron tras salir del aeropuerto ‘Jorge Chávez’. Eran casi las siete de la tarde y la noche iba cubriendo el Callao, esa provincia incrustada en la región de Lima, con ese puerto tan inmenso que ya vimos al descender el avión sobre la costa del Pacífico.

Nos esperaban con un cartelito. Como en las películas. Carmen, Rosa, Jessy y Paula. Son mujeres que trabajan en la Asociación Pro Derecho Humano (APDH) y que gestionan un centro de acogida para mujeres maltratadas en el distrito de Comas, en Lima. Al salir del aeropuerto tomamos un taxi y aquí llegó el primer encontronazo con la realidad limeña, con una ciudad con un tráfico caótico. El taxista era la persona con más prisa del mundo. Se movía como inquieto de un lado a otro de la furgoneta. Abría puertas, nos animaba a montarnos, metía maletas, subía y bajaba del vehículo y de repente, comenzó a sonar una alarma en el coche como si lo estuvieran robando. Como si lo estuviéramos robando nosotros, mejor dicho. Porque el taxista, fue sonar la alarma y meternos aún más prisa. ‘Monten, monten’. Subió él corriendo, arrancó el vehículo y salimos pitando del aparcamiento del aeropuerto. Y lo de pitando es tal cual. Pitando y con la sensación de estar robando la furgoneta.

Las mujeres iban en la parte de atrás y yo me senté en el asiento del acompañante. De esta forma tuve la oportunidad de conversar con el conductor y de conocer algunos pormenores del transporte colectivo limeño. Por ejemplo, uno muy común son ‘las combis de la muerte’, unas furgonetas tipo Nissan Vanette con ‘chofer’ y un ‘cobrador’ que se encarga de ir voceando por la ventanilla las calles y los barrios de destino por los que pasará la combi. Esta figura del cobrador es muy peculiar porque sobre él recae el malestar de los viajeros si el chofer se equivoca o si el auto coge un bache. Vamos, que los palos van para el cobrador.

Es curioso como los limeños cogen estos vehículos. Se ponen en las aceras, levantan la mano, la combi se acerca, reduce la velocidad, canta el cobrador su ruta y si le interesa, se sube en marcha. La puerta se abre, varios brazos le agarran y le introducen en la marea de gente que ya ocupa la combi, con muchos viajeros ya ‘parados’, que viene a ser ‘de pie’, sin asiento vamos. Capacidad de una combi: infinita.

De esta forma, entre los sonidos del claxon de nuestro taxista y el sonido de los otros dos millones de autos que circulaban a toda velocidad sin respetar en absoluto las luces de los semáforos, atravesamos la avenida de la Marina en el crepúsculo limeño camino de nuestro primer destino en el Perú. Me apetecía que la realidad se fuera asentando en mí, así que bajé la ventanilla y dejé que el viento, los olores, las luces y los sonidos de una gran urbe contaminada, sucia y en la que nunca llueve, se estrellaran en mi cara. De esta forma me empapé de las sensaciones de Lima. Y me gustó.


Lima. Plaza de San Miguel